Cuando los sueños irrumpen en la realidad

Si hay algo que caracteriza a gran parte de la obra de Adolfo Bioy Casares es su capacidad para construir mundos cercanos al lector, muy similares a los que transita en su vida cotidiana, e introducir conflictos y elementos fantásticos que rompen con esa linealidad de los acontecimientos y lo hacen dudar de su verosimilitud. Esa capacidad podría resumirse como una facilidad para pasar de la realidad a los sueños, donde todo es posible, sin que se note la transición.

Apenas comienza La Aventura de Un Fotógrafo En La Plata, se presenta un conflicto al lector en el marco de esa geografía tan conocida para los platenses. Nos referimos al encuentro entre la familia Lombardo y Nicolasito Almanza, que parece casual y marcará la estadía de éste último en La Plata.

“En la ciudad te esperan sorpresas, lo que es bueno, porque el hombre despierta y vive”, le hace decir Bioy Casares a Gentile, el dueño del estudio fotográfico para quien Nicolasito trabajaba, adelantando lo que vendrá a modo de consejo. Luego, agrega una prevención: “No dejes que nada te aparte de la huella”.

Desde el primer día, el joven fotógrafo se debate entre la realización del trabajo que le han encomendado y los pedidos del señor Lombardo, así como los amoríos con sus hijas, Julia y Griselda, con las cuales mantiene un triángulo amoroso.

Aparte de Gentile, Bioy Casares introduce otros personajes que aconsejarán a Nicolasito e intentarán alejarlo de los Lombardo, familia a la que ninguno conoce pero de la cual todos sospechan. Entre ellos, el más cercano es su amigo del colegio, Mascardi, un muchacho vinculado a las fuerzas de seguridad que estudia para ser detective y por momentos parece seguir a su amigo para investigar cuáles son los motivos que esconde esta familia que tiene a Almanza enredado en su “telaraña”. Y decimos “parece” porque el fotógrafo ve sombras que siguen sus pasos y nunca logra tener una visión certera de todo lo que lo rodea en la ciudad.

Mascardi: —(…) Los supuestos amigos forman una familia. Una familia de arañas, y Almanza ya está en la tela.

Sin duda alguna, el más emblemático de los personajes es el señor Gruter, dueño del Laboratorio El Diagonal, al cual Nicolasito acude casi diariamente para revelar y ampliar sus fotografías. Este hombre y su ayundante, Gladys, no sólo desconfían de Lombardo, sino que sospechan que el viejo es un demonio:

Gruter: —¿Nunca te sucedió de avanzar por la oscuridad en un lugar que conoces perfectamente y de pronto extraviarte?.

Las palabras de Gruter resonaron en la cabeza de Almanza una fría noche de otoño.

—…No bien te mueras vas a encontrarte en un sueño como el de cualquier noche.

—…

—Habrá oído, quiero creer, que el alma es inmortal. Aunque entierren tu cuerpo el alma sigue viviendo. Para prepararnos a esa vida soñamos. No busques. No hay otra explicación para los sueños. Son anticipos. Con una diferencia, es claro: tienen despertar.

—Casi nada la diferencia. Le juro que no le miento: lo que usted pinta no me gusta.

—No temas. Todo depende de tu voluntad. El sueño de la muerte no tiene por qué ser una pesadilla.

—¿Puede ser una pesadilla?

—¿Qué otra cosa es el infierno?

Las sombras sesgan el camino de Almanza en una sucesión de escenas propias de un cuento de terror en las que el fotógrafo se pierde a través de sus propios sueños. Recién verá la luz al día siguiente, en que comenzará a desenredar la telaraña.

Tal como afirma la catedrática de la Universidad de Sevilla, Trinidad Barrera , en un articulo titulado “Sueños y fotografía en Bioy“, en pocos días a Almanza le ocurren una serie de sucesos que, si bien aisladamente, entran dentro de lo probable, la suma de todos los hacen improbables o fantásticos de cara al lector. Y ahí juega un importante papel el sueño. El deslizamiento del sueño a la realidad y viceversa es práctica habitual en la escritura de Bioy. Entre ambos no hay fronteras.

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